El sentido de la representación, las leyes internas de la pintura, los juegos de la percepción o la posibilidad de habitar los cuadros, de convertirlos en paisajes, están presentes en la obra de Antonio Murado desde sus inicios. El desarrollo de una pintura que no ha dejado de desdoblarse en búsquedas, técnicas o mágicas, ha hecho que quedasen aparentemente relegadas propuestas que ocupaban rincones en sus estudios, en especial aquellas en las que busca soportes dinámicos, objetuales, para la pintura. Antonio Murado nunca entendió la pintura únicamente como un plano estable y quieto, como una superficie de representación. Su trayectoria nos descubre un claro empeño en habitar los límites, en buscar entre los márgenes, en entender la forma de actuar de la pintura, su pulsión, su discurrir y sus procedimientos técnicos, en preguntarse por las leyes y el sentido de la percepción. Podemos recordar los objetos pictóricos expuestos en la Casa da Parra de Santiago de Compostela, en 1990, con paisajes pintados sobre formas de madera; incluso mirar hacia atrás, hacia las primeras obras expuestas a finales de los años 80, en las que se centraba en el microcosmos, jugaba con la percepción, con la repetición, con la fragilidad de los materiales y del modo de construir los objetos, con la contradicción de mostrar juntos la imagen final y su interior, casi a modo de grieta o desvelamiento del proceso. Siempre mantuvo esa tentación por concentrar la pintura en un objeto esquivo, difícil, imposible, aunque al tiempo se midiese a los grandes temas de la pintura. La actual exposición en la galería Trinta da visibilidad y protagonismo al encuentro entre estas líneas de trabajo: junto a telas de gran formato, como La Bête, se muestran obras en las que desaparece el sentido opaco del soporte, convertido en cristal, lo que le permite hacer visibles cuestiones que siempre le han interesado como la delgadez de la pintura, su aparente fragilidad y falta de peso, las posibilidades de los reflejos, de la indefinición de planos… Pintura convertida en capas leves en lo visual pero inquietas, reflexivas. Y, junto a ese mundo poético, misterioso, la novedad de obras que son esculturas pintadas pero también muebles, con carácter al tiempo estético y funcional. Mesas, sillas, cómodas en las que se plantean cuestiones visibles en la pintura, porque hacia todas conviene acercarse con curiosidad y cautela, para descubrir que están hechas con conocimiento, paciencia, tiempo y un disfrute propio de los tiempos de las primeras vanguardias, cuando las búsquedas estéticas más certeras no estaban reñidas con el atrevimiento, con la osadía, con el divertimento y, por qué no, con el disfrute estético. Las obras de Antonio Murado abandonan el soporte estable e inundan nuestro entorno, y nos invitan a imaginar la vida dentro de un cuadro.
Miguel Fernández-Cid
http://antoniomurado.com/2014/12/13/trinta/
© Copyright 2009-2025 TRINTA | | Aviso legal | | Política de cookies | | Favoritos | | Inicio |