Pamen Pereira

Rewired Del 17 de septiembre al 22 de octubre 2020

Nota de prensa y C.V.
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 Un antropólogo que estudiaba los usos y costumbres de una tribu en África del Sur propuso un juego a los niños del lugar. Consiguió una buena porción de frutas y dulces que trajo de la ciudad y los colocó en una cesta bajo un árbol. 

Llamó a los niños y les dijo que aquél que llegara corriendo primero al árbol ganaría todos los dulces y las frutas. Cuando el antropólogo dio la señal para que empezara el juego, inmediatamente los niños se tomaron de las manos y corrieron juntos hacia la cesta. Entonces todos se sentaron y repartieron los dulces y disfrutaron de las frutas. Cuando él les preguntó por qué fueron todos juntos si uno solo podía haber ganado toda la cesta, ellos respondieron: ¡UBUNTU! ¡UBUNTU! 
¿Cómo uno de nosotros podría estar feliz si todos los demás están tristes?. 

Empecé a preparar esta exposición hace más de un año, entre viajes y experiencias extraordinarias, desbordada por la cantidad de emociones acumuladas, pensando, en algún momento, que rozaba los bordes de la locura ya que nada de lo que me pasaba escapaba a mi atención y los restos de cada uno de esos instantes se iban acumulando en la mesa de mi taller. ¡Todo era vida desbordante en su manifestación fugaz! 

Entrenada en este refinamiento de la atención, en reconocerme en lo cotidiano y en recomponerme cada día para seguir navegando en el aparente azar que me envolvía, nuevos vientos me arrastraron a buscar algo más atávico. Una llamada de la tierra donde la naturaleza no está domesticada y el orden no está a la vista. Desde 1986 visité numerosas veces el norte de África, casi siempre con motivo de algún proyecto (Argelia, Egipto y el Sahara Occidental) pero el encuentro que removió mi memoria más remota ha sido mi reciente viaje a Tanzania y Mozambique. África se quedó prendida en mi mirada y yo fui hechizada por la indagación espiritual de nuevas maneras de entender el mundo, en el descubrimiento de nuevos colores, nuevos olores, nuevos sabores y, por encima de todo, al encontrarme ante la inalterable presencia de los ancestros. 

No suelo perseguir ningún objetivo predeterminado en ninguno de mis viajes. Ello me ayuda a aceptar y fluir en situaciones inesperadas y a penetrar con curiosidad en el misterio de lo desconocido. Tal vez por ello y, por raro que parezca, en el África subsahariana tuve la misma sensación de reencuentro con una parte de mí misma como la que viví durante mi estancia en Japón. La conexión con un mundo que no puede ser percibido por los conceptos ni los sentidos y que, sin embargo, es tan real como el mundo visible: un mundo arquetípico, intuitivo y transindividual habitado por otras energías, intangibles. Muchas veces he comentado mi percepción de que el arte descubre y manifiesta este vínculo entre la materia y esas energías sutiles. En el arte tradicional africano con su imposibilidad de reducir o encasillar racionalmente queda esto muy patente: figuras, máscaras y todo tipo de objetos son vehículos de este poder y es la materia, como hilo de conexión con la presencia humana, la que hace de intermediaria, de enlace entre esos dos mundos.

Además, el alma africana encarna el espíritu de la comunidad, una tradición colectivista que no puede olvidar el compartir con el resto del clan ya que sólo en grupo se puede hacer frente a las dificultades, siendo, siempre, la supervivencia lo que está en juego. Y, tan lejos, aparece de nuevo ante mí la constancia de que el sujeto individualmente no tiene una existencia propia, no existe por separado ni desconectado de lo demás; la gran realidad de la vida lo abarca todo sin exclusión: la humanidad es libre en su movimiento pero absolutamente interdependiente. 

Hay una palabra que proviene de las lenguas zulús que resume este concepto: UBUNTU. “Soy porque nosotros somos”. 

Si Oriente me ofreció una experiencia para aprehender la profunda conexión de todo y a aceptar la fragilidad e impermanencia de todo lo existente, en el continente africano encontré esta experiencia encarnada. África es presente continuo, pura vitalidad y a la vez un recordatorio de lo complejos, frágiles, finitos e irrepetibles que somos. 

Encontré una raíz que unía mi alma fuertemente a la tierra para aprender a vivir en todo su esplendor los instantes desnudos. 
UBUNTU 


 Pamen Pereira. Marzo 2020, unos días antes del confinamiento.



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