Teo Soriano

La cara de tal Del 8 de Febrero al 30 de Marzo de 2018

Nota de prensa y C.V.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala superior.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala superior.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala superior.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala superior.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala superior.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala superior.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala superior.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala superior.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala inferior.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala inferior.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala inferior.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala inferior.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala inferior.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala inferior.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala inferior.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala inferior.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala inferior.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala inferior.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala inferior.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala inferior.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala inferior.
Teo Soriano. La cara de tal. Vista sala inferior.

 Hace años visité a Teo en su estudio y aquello era un humeante campo de batalla. En el suelo me encontré unos dibujos a carboncillo de modelos del natural. Ejercicios de una clase de Bellas Artes. Todo el que ha hecho Bellas Artes sabe que en una clase de cuarenta alumnos solo uno o dos tienen verdadera maestría en el dibujo. Pocos saben encajar una figura. 


Teo Soriano era uno de estos. Ese hallazgo me ayudó a entender su pintura. 

En su trabajo hay una lucha continua por arrinconar las habilidades conocidas para perseguir la intuición de lo desconocido. Hay una permanente insatisfacción que le mantiene despierto. Romper algo en pedazos para trabajar con esos pedazos. Quebrar el bastidor, rajar la tela. Enfadarse. Teo siempre ha sabido combinar refinamiento y brutalidad. Un pisotón vale tanto como una pincelada. Cuando el color se ensucia es cuando Teo empieza a sentirse cómodo. Hay más brillo en un espejo que pierde su azogue. Pero a veces, muy a su pesar, se cuela en el caótico magma de su pintura un rastro culto de lecturas y de mucha pintura clásica. De lecciones aprendidas de los maestros. Cuando detecta ese acento conocido, entonces lo ensordece y vuelta a empezar. En la búsqueda incansable de lo más esencial. Ese primitivismo ilustrado que solo funciona cuando quien lo ejerce está a salvo de cualquier rastro de moda o adocenamiento. 

Es un privilegio ser testigo de sus procesos de trabajo, de la elección de sus materiales. La humildad y la pobreza de unos harapos le subyugan tanto como las nobles calidades de las mejores telas. A lo mejor más. Teo es como un pintor de otra época y esa intemporalidad se puede rastrear en el clasicismo que siempre rezuman sus telas. Lleva encima la tradición pero no carga con ella. Solo responde a la pintura y para la pintura vive.  

Cuando ahora empuña el pincel para ejecutar una acuarela lo hace con una delicadeza que emociona. Uno tiene entonces la sensación de estar presenciando una ceremonia ancestral. Esa mano que pinta es lo más verdadero que existe. La mano recuerda. 

Es muy difícil acabar con un pintor. Un pintor es inmortal. 

Vítor Mejuto.
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